Como en Estambul no habíamos podido vacunarnos de la encefalitis japonesa, regresamos a Bangkok desde Ayuthaya para ello.
Nuestras dosis anti-encefalitis, yuju! |
Nos vacunamos pronto en la Thai Travel Clinic, una clínica universitaria especializada en enfermedades tropicales (y que sin duda recomendamos por su eficiencia y buenos precios), y aprovechamos la tarde para darnos una vuelta.
Fuimos al maravilloso Monte Dorado, un lugar que la guía te recomienda por sus impresionantes vistas de la ciudad. Nos subimos todos y cada uno de los escalones llen@s de ilusión. Cuando llegamos arriba... en fin, solo diremos que hacía viento. El skyline de Bangkok deja mucho que desear.
Miniatura del monte dorado, que no es de oro. |
Dagoba que corona el monte dorado. |
Seguimos buscando aventuras y aterrizamos en Khao San Road, una calle muy especial. Es un gueto para guiris, lleno de hostales, bares, tiendas de ropa y souvenirs, ofertas de trajes a medida por 100€, y falsificaciones de títulos universitarios, carnets de conducir, etc.
La calle de Khao San. |
Al principio nos gustó porque Álvaro pudo comprarse un bonito bañador por 5€, pero al cabo de un rato l@s ingles@s borrach@s y medio desnud@s gritando por la calle nos cansaron y nos fuimos.
En Hua Lamphong, la estación principal de Bangkok, esperamos a coger el tren nocturno a Chumphon. Mientras tanto conocimos a una pareja bilbaína encantadora con la que hemos compartido los días siguientes.
Interior de la estación de tren de Hua Lamphong. |
Poníamos rumbo al sur después de visitar tanta ciudad en el norte, llenas de atascos, malos humos, y una humedad insoportable. Como echábamos de menos la naturaleza, abandonamos BKK para irnos a Koh Tao, la tierra prometida.
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