Estamos aterrizando en Yangon tras hora y media de vuelo desde Bangkok cuando se nos acerca un italiano de unos cuarenta y tantos y nos dice en perfecto castellano que si queremos compartir un taxi al centro. Nosotr@s encantad@s porque la broma cuesta el precio estándar de 10USD.
Nuestro nuevo compañero nos cuenta que habla tan bien porque ha vivido veinte años en Ibiza, aunque ahora reside en Bangkok y viene a Birmania con frecuencia por motivos de negocios.
Ya en el taxi nos cuenta qué le trae por aquí: las mejores piedras preciosas del mundo. ¡Resulta que estamos con un contrabandista la mar de simpático!
Nos separamos de él en busca de una habitación de hotel; todo está lleno. Intentamos reservar hace una semana pero los pocos sitios con página web o email ya estaban ocupados.
Un par de vueltas después tenemos una habitación oscura con agua caliente y aire acondicionado por la friolera de 30USD (pagábamos 12USD por lo mismo en Camboya).
Mientras nos registramos llega una pareja agobiada; no encuentran nada. En nuestro hotel les quedan habitaciones libres, pero la chica es birmana. "Imposible", les dicen, "este hotel es solamente para extranjeros". Y es que en este país turistas y locales no pueden dormir en los mismos hoteles. Nos preguntamos cómo lo van a hacer, porque él es inglés.
Tampoco los teléfonos móviles extranjeros tienen cobertura, y conseguir una tarjeta sim birmana cuesta unos mil euros. Conectarse a Internet no es fácil, pero sobre todo, es muy lento.
Además hay muchas zonas restringidas para l@s turistas, que generalmente limitan su itinerario a Bagan, Mandalay y el lago Inle. Como solo disponemos de tres semanas y no queremos movernos mucho, eso es lo que vamos a hacer.
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