domingo, 1 de abril de 2012

La paz búlgara: Sofia


Istanbul-Sofia: 574km
Duración del trayecto en autobús: 12 horas
¿Cómo? Aquí os lo contamos.

El fin de semana pasado, aprovechando que Andrea no tenía clase de turco, nos escapamos cuatro días a Bulgaria, con la intención de huir un poco de Alfombristán.

Cogimos un minibus el jueves a las 21h30 cerca de Taksim, para llegar a la estación central, a 12km del centro. Tardamos casi una hora, y es que los problemas de tráfico en la ciudad son una pesadilla.

Esperamos media hora y pasados unos minutos de las once de la noche salimos rumbo a Sofia. A la hora de salir hicimos la primera parada: veinte minutos en medio de ninguna parte.

Tardamos cinco horas en llegar a la frontera, que está a unos 250km. 

En Turquía, la gente ama los autobuses; los consideran el medio ideal de transporte. ¿Por qué? Principalmente porque no hay muchas más alternativas. Hay pocos trenes y son muy lentos. Además, en los autobuses te sirven té y refrescos, bollos (todo gratis), y cuentan con pantallas en cada asiento con radio, películas, TV y juegos. Aún así, existe una aerolínea turca de bajo coste muy económica, pero lxs turcxs parecen no haberse familiarizado todavía con este medio de transporte. 

Total, que henos aquí en el autobús, cinco horas después, y con menos de la mitad del viaje recorrido.

Llegamos a la frontera. Antes de abandonar Turquía nos hacen bajar del autobús, pasaporte en mano. Nos sellan el visado y cruzamos a pie la frontera. Estamos en un limbo, entre dos países. En ese limbo hay un edificio bastante grande; un duty free. Los baños sin embargo no eran duty free. Media hora aquí varadxs.

Subimos de nuevo al autobús. A los cien metros nos hacen bajar, otra vez pasaporte en mano. Es la frontera búlgara. Volvemos a cruzar una frontera a pie, y volvemos a subir al autobús. Hemos pasado dos horas cruzando las fronteras; todo es muy absurdo, y lento.

El duty free que parecía una terminal de aeropuerto

Cuando llegamos a Plovdiv, a mitad de camino entre la frontera y Sofia, creemos que ya hemos llegado. Mentira, faltan 150km, unas tres horas.

El viernes, a las 9h30, llegamos por fin a Sofia. Nos duele el cuello.

Nos vamos directamente al hostal. La dueña no está, pero nos abre la puerta una encantadora sexagenaria inglesa que venía de visitar a su hija en Tesalónica. Mañana se vuelve a Londres, en autobús. Dice que no le gustan los aviones. ¡Qué valor!

Al rato aparece la búlgara que regenta el hostal. Muy amable y sonriente. Nos da la llave de nuestra habitación. Nos vamos a dormir.

Cuando despertamos se nos ha hecho un pelín tarde, pero Sofia es una walking city, y un día basta para verlo casi todo. Damos un paseo y en seguida nos sorprendemos: no hay casi gente en las calles (en la ciudad residen menos de millón y medio de personas, frente a los más de trece en Estambul), no hay ruido, las personas se mueven en bicicleta, abundan las calles peatonales y no hay casi coches.... ¡Esto es el paraíso!

Nos dirigimos a un restaurante recomendado en nuestra guía. Comemos en un precioso jardín, a sol y sombra, por 24 leva (unos 12 euros). Pollo guisado en salsa con puré de patata, albóndigas de cerdo, una ensalada de la casa y, de postre, plátano caramelizado con nata y helado. Todo exquisito y baratísimo, ¡y un servicio excelente!

El jardín del restaurante

Ummm

Con la tripa llena salimos a pasear por la ciudad, a través de sus parques (hay muchísimos), sus esculturas (everywhere), sus monumentos de época soviética y sus tranvías. De fondo, el parque natural Vitosha, con las cumbres nevadas, le daba un encanto especial a la ciudad. 

Vista del parque natural desde Sofia

Todo muy soviet



Ya en la catedral de Alexander Nevski, un ruso caído durante la liberación de Bulgaria del yugo otomano, descubrimos una costumbre muy búlgara: el pan con especias. Una devota mujer se nos acercó dentro de la catedral después de la misa para decirnos un montón de cosas que no entendimos y darnos pan, con especias.

Catedral Alexander Nevski

El pan

Seguimos nuestro paseo entre las iglesias ortodoxas de influencia rusa y alguna mezquita para toparnos con unas fuentes de agua mineral caliente. No molaba beberla.

La estatua de Sofia al atardecer

Para completar el día nos dimos un homenaje en un restaurante de comida americana. No es que buscáramos hamburguesas, sino cerrrrrrrrrrrrrdoooooooooooooooooooo. Cooooooooooooostillaaaaaas de ceeeeeeeeeerrrrdooooooo ahggggghagggggggggggggggggggg.


El sábado nos levantamos con calma, mucha calma, y fuimos a visitar la Iglesia de Boyana, Patrimonio de la Humanidad, a las afueras de Sofia.

La visita mereció mucho la pena, los frescos son bellísimos. Además, tuvimos la ocasión de compartir un rato con Belcho, el guía que nos explicó con todo lujo de detalles cada uno de los frescos de la iglesia. Junto con nosotrxs, un japonés y el americano Jeremy visitaban este lugar (uno de los más santos de Bulgaria). 


No parece gran cosa pero merece mucho la pena.

Jeremy a la izquierda, siguiendo las explicaciones de Belcho,
 un amante del arte y de su trabajo.







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